Quién te creés que sos?
Los puntos ciegos del amor
Rodrigo Álvarez
Todo vínculo amoroso puede convertirse en campo de batalla de los propios fantasmas.
Cuando el hechizo del enamoramiento empieza a disiparse, brota esa aventura laboriosa que es amar. Al principio, el amor suele ser una ficción que organiza el deseo y calma la angustia, hasta que el otro se desmarca del guion que le habíamos asignado en nuestro teatro psíquico y la escena se torna inquietante.
Durante el enamoramiento, el otro encarna una imagen idealizada, hasta que aparece la desilusión. Ese trago amargo, muchas veces percibido como un fracaso, es condición para que caiga ese ideal y dé lugar a la emergencia de un encuentro que pueda amortiguar las diferencias y sostener las contradicciones.
El amor es terreno fértil para proyectar en el otro aspectos propios que resultan insoportables. Freud es quien conceptualiza este mecanismo de defensa, en el que de manera inconciente al otro le atribuimos intenciones, cualidades, afectos poco integrados de nuestro psiquismo.
La psicoanalista Melanie Klein mostró que, al proyectar, no solo colocamos un rasgo propio en el otro, sino que de algún modo también empujamos al otro a ocupar ese lugar en el vínculo. Es decir, hacemos que el otro sienta, piense o actúe en función de lo que no podemos asumir.
Veamos algunos posibles ejemplos: Quien teme el abandono recrea la escena de pérdida asfixiando a su partenaire / El hombre que acusa a su pareja de ser ‘demasiado emocional’ y suele tener dificultades para conectar con su propio afecto / El celoso acusa al otro de desear a alguien más, encubriendo su propio impulso de mirar hacia afuera / Y quien se siente constantemente juzgada por su pareja escucha, en silencio, la severidad de su propia mirada.
Cada relación reactiva los modelos internos de relación: las figuras de cuidado, las heridas de amor, las frustraciones, sus duelos. Desde allí podemos desprender las incógnitas de la propia historia, sus lagunas y la posibilidad de construirla o resignificarla.
Amamos, sin saberlo, aquello que nos permite escenificar la trama inconclusa de un amor previo. Y en esa repetición, intentamos un destino distinto.
El deseo, por tanto, no es espontáneo ni libre, sino determinado por las marcas del pasado y las identificaciones tempranas. Como señaló Freud en “Sobre un tipo especial de elección de objeto en el hombre” (1910), lo que nos atrae no es el otro en sí, sino el modo en que ese otro reactiva una escena. La elección amorosa no se guía por criterios racionales ni universales, sino por detalles que tocan un punto inconsciente.
Lo atractivo puede ser la voz de una persona, su humor, su insolencia, que esté comprometida, su acento, su torpeza, su circunstancia vital, su inaccesibilidad, una particularidad estética, que sea dependiente, o agresiva, su forma de hablar, su elegancia, etc. Lo que seduce no solo responde a las formas de belleza de nuestra cultura, sino a un rasgo que resuena con la propia historia.
Por eso alguien puede desear lo que otro desprecia, o enamorarse de un rasgo que parecería insignificante. El amor convoca lo más enigmático de nuestra historia. Amamos lo que nos interpela. Las experiencias no desaparecen, sino que quedan inscriptas como marcas en el cuerpo y en el psiquismo, y se reeditan en los vínculos posteriores.
Winnicott decía que la capacidad de una persona de estar sola en presencia de otro es signo de madurez emocional y salud psíquica. Siguiendo esta línea, amar quizás sea esa tarea compleja de acompañar al otro sin exigirle que nos complete, que calme nuestras heridas, que encarne un determinado ideal, que sea otro, que sostenga nuestras sombras.
A diferencia de muchas otras prácticas, un psicoanálisis no promete fórmulas ni garantías. Pero sí la apuesta de que un lazo sea menos reactivo, menos defensivo, menos gobernado por la necesidad de control, menos sometido a la culpa y a la demanda de reparación. En última instancia, un análisis se orienta a la posibilidad de amar de una manera menos sintomática, y que el vínculo amoroso en lugar de un territorio en disputa, sea uno que pueda abrazar la diferencia.
Bibliografía
· Freud, S. (1910). Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre. En Obras Completas, Vol. XI. Amorrortu.
· Freud, S. (1914). Introducción al narcisismo. En Obras Completas, Vol. XIV. Amorrortu.
· Klein, M. (1946). Notas sobre algunos mecanismos esquizoides. En Desarrollos en psicoanálisis. Paidós.
· Winnicott, D. W. (1958). The capacity to be alone. International Journal of Psycho-Analysis
· Benjamin, J. (1988). The Bonds of Love: Psychoanalysis, Feminism, and the Problem of Domination. New York: Pantheon Books.
