LA INTIMIDAD
Salir del búnker hacia el riesgo del lazo
Rodrigo Álvarez
Se puede tener sexo sin intimidad, e intimidad sin sexo. La intimidad se construye en la relación con el otro y requiere cuidado y paciencia, exactamente lo que falta cuando domina lo instantáneo.
Nuestras partes íntimas trascienden al cuerpo, que puede estar disponible y el mundo interno permanecer sellado. Una paciente en las entrevistas preliminares presumía que cada semana tenía relaciones sexuales con un hombre diferente. Tiempo después, me compartió, ésta vez con cierto pudor, que tuvo una cita diferente: estuvieron toda la noche abrazados, conversando o en silencio. “Por fin tuviste intimidad!”, le dije.
Intimar implica exponerse, y por eso también activa defensas. Winnicott subrayó que esa posibilidad de mostrarse auténticamente se juega en un espacio donde hay confianza suficiente para arriesgar la vulnerabilidad.
En un análisis, la intimidad puede acontecer cuando el paciente habla de aquello que angustia, conmueve o desea. Otras veces en lo que no se dice o en los fantasmas y afectos que se reeditan en el vínculo analítico.
Hoy se habla mucho acerca de la posibilidad de hacer terapia utilizando la inteligencia artificial. Ciertas formas de tecnología dan la ilusión de intimidad, pero sin el peligro que implica abrirse a un otro, dejarse afectar. En ese sentido, lo íntimo corre el riesgo de atrincherarse en el búnker de la complacencia algorítmica.
En El arte de amar, Erich Fromm señala que, sin cuidado, responsabilidad, respeto, la intimidad se degrada. Un mundo acelerado favorece vínculos superficiales y de rápido consumo.
Los artistas saben que algo de lo íntimo debe ponerse en juego en su oficio. Hemingway decía: “No hay nada especial en escribir. Solo tenés que sentarte frente a la máquina de escribir y sangrar”.
En la exposición The Artist Is Present (MoMA, 2010), la artista Marina Abramović convirtió la intimidad en algo tangible y provocativo. La intervención consistía simplemente en sentarse frente a ella y sostener la mirada. No era una performance amable ni lúdica: era exponerse, dejar entrar al otro sin barreras, sentir la presión silenciosa de la vulnerabilidad mutua.
Abrirse supone aceptar la posibilidad del rechazo, la pérdida o la decepción. Frente a esa amenaza, muchos permanecen en relaciones donde la vulnerabilidad queda resguardada. Por eso intimar se está convirtiendo en un gesto subversivo. Al abrir lo más propio a la mirada del otro, uno puede ser herido, pero también se encuentra ante la posibilidad de un encuentro genuino.
El psicoanálisis es un espacio privilegiado para cultivar la intimidad, pero se puede desarrollar en cualquier lazo donde haya escucha, confianza, tiempo y reconocimiento del otro.