Freno, luego existo
Rodrigo Álvarez
Hasta el Titanic, considerado en su momento una proeza de la ingeniería moderna, se hundió por no haber bajado la velocidad a tiempo. El mismo día que escribo este texto, un paciente me comparte que en las últimas semanas ha recibido una multa y advertencias de amigos y compañeros de trabajo por usar el móvil mientras conducía, por no poder frenar.
El vértigo de lo inmediato es sumamente adictivo: saturados de estímulos, con la agenda apretada; el movimiento acelerado y constante para algunas personas se convierte de forma insidiosa en una estrategia, una suerte de anestesia posmoderna.
Solemos percibir el trabajo constante como un signo de eficiencia y éxito, un ideal por el que muchas personas sacrifican la actividad ociosa o recreativa, y a veces su vida entera. Vivimos en sociedades que hacen una oda constante al rendimiento, que premian a quien no se detiene, que interpretan el agotamiento como un signo de compromiso. El dolor, el deseo, el duelo, incluso la alegría... todo lo que requiere cierto tiempo para desplegarse parece quedar postergado ante la urgencia de hacer.
Cuando no podemos frenar, el cuerpo o alguna situación externa se encarga de hacerlo por nosotros. Muchos pacientes llegan agotados física y mentalmente: presentan dificultades para descansar, sienten culpa por tomarse un respiro, e incluso asocian el ocio con la pereza, como si frenar fuera sinónimo de rendirse o fracasar. Para algunos, suspender la actividad laboral incluso durante las vacaciones se vuelve imposible, como si el descanso los enfrentara con un vacío que no saben muy bien cómo habitar.
No es casual que sientan una tristeza inexplicable justo en los días libres: el silencio, el poder frenar, se convierten en un umbral hacia lo que han venido postergando.
Estamos, tal vez, al borde de un cambio de paradigma, luego de ver las consecuencias de esta conducta maníaca: cada vez más personas se animan a cuestionar el mandato de la hiperproductividad, a reivindicar por el ejemplo el derecho al descanso no como lujo, sino como necesidad humana, y reconocer en el ocio creativo, el descanso y la contemplación un terreno fértil para reconectarnos con la vida, con la posibilidad de volver a sentir.
Más que nunca, lo que sí urge es encontrar nuestro modo singular de contrarrestar la presión constante de un mundo obsesionado con producir.
Rodrigo Álvarez - 2025