EL ASCO

El intento de expulsar lo que ya está demasiado cerca

Esta emoción básica es en realidad compleja y su función no se reduce a la preservación de la integridad física: también resguarda al yo de aquello que aún no estamos dispuestos a asumir. Para el organismo psíquico, preservar el territorio identitario también es sinónimo de supervivencia.

En un psicoanálisis, el asco orienta tanto como la vergüenza, los celos o la envidia, porque nos permite abordar aquello que no está puesto en palabras, que irrumpe como intolerable y por eso merece ser explorado.

Freud en su momento señaló que ciertas prácticas sexuales rechazadas por la moral dominante producen asco precisamente porque tocan territorios prohibidos del propio deseo. Lo que asquea a menudo es lo que hace tambalear al ideal que nos habita y que desborda el límite simbólico que sostiene la identidad.

Por eso el asco puede considerarse una emoción que funciona como frontera: separa lo limpio de lo sucio, lo propio de lo ajeno, lo comestible de lo no comestible.

En este sentido, el ser humano muchas veces padece la fantasía narcisista de pureza, un impulso higienista lamentablemente muy presente en la actualidad y que tiene como objetivo sostener la ilusión de una identidad impoluta, como si fuera posible vivir sin “contaminarse” de lo diferente o heterogéneo.

El asco opera como dique frente a impulsos, fantasías o experiencias corporales que un sujeto no puede asimilar. Es una emoción normativa, establece límites y sanciona transgresiones para sostener un orden interno, pero puede tornarse sintomático cuando genera intolerancia al contacto, el rechazo social, la moralización constante o problemas con la propia corporalidad.

Alguien obsesionado con la delgadez, por ejemplo, puede sentir repugnancia al ver a otra persona disfrutar de un alimento calórico porque podría contaminar la imagen que se quiere preservar. Hay inmigrantes que manifiestan repulsión hacia otros inmigrantes y homosexuales que son homofóbicos. Otro ejemplo, podría ser una persona que de manera compulsiva necesita ostentar estatus, y que se muestra "asquerosa" ante personas de clase baja.

Es una emoción que responde a ideales, y estos se articulan con la cultura y la época: El cuerpo musculoso antes despreciado por la aristocracia porque era signo de trabajo manual, actualmente es un ideal. El sobrepeso en otra época era atractivo porque indicaba buena alimentación, supervivencia y por lo tanto estatus. Hoy muchas personas experimentan asco por su propio cuerpo al considerar que no son “lo suficientemente delgadas”.

El trabajo analítico no busca eludir el asco sino interrogarlo, sostener la ambivalencia y la contradicción, abordar su función defensiva para intentar rastrear qué parte de la trama simbólica está en riesgo.

En conclusión, el asco no es un simple reflejo fisiológico sino una respuesta que intenta proteger la percepción que tenemos de nosotros mismos. Es una señal que en la clínica psicoanalítica puede funcionar como vía de acceso para que lo expulsado, negado o degradado sea integrado y nos oriente hacia la verdad subjetiva que protege.

Rodrigo Álvarez