DUDAR: Recuperar el tiempo de la pregunta
"Es la certeza, no la duda, lo que enloquece al humano"
Rodrigo Álvarez
"Es la certeza, no la duda, lo que enloquece al humano". Friedrich Nietzsche. La gaya ciencia
En un psicoanálisis, la verdad no es algo que se descubre, sino que se experimenta. Algo se siente como una resonancia. Cuando uno dice algo que no sabía que sabía, suele conmoverse. Es el famoso: “Nunca lo había pensado de ese modo”. Pero antes de que esto suceda hay un gran primer desafío: saber que no se sabe. Esto es difícil porque inaugura una pregunta que no garantiza respuestas, en favor de un saber que se construye en la incertidumbre, con lo angustiante que esto puede resultar.
Si bien la duda tiene ese poder de sostener la tensión del sentido sin clausurarlo, también hay dudas estériles, que deja a la persona suspendida en un “loop” que deviene inhibición. Esto le permite al neurótico mantenerse alejado de la angustia que, por ejemplo, podría provocarle acercarse a un deseo que no puede asumir. El obsesivo duda compulsivamente porque hay algo que prefiere no saber, postergando el encuentro con una verdad que puede angustiar.
No dudar es una defensa tanto o más peligrosa que dudar demasiado. Algunas personas tienen una certeza total que no les permite escuchar, una certeza que se construye como una fortaleza narcisista. Son personas que difícilmente se puedan permitir hacer un análisis. No escuchan, saben demasiado, padecen las consecuencias de la certeza: el pensamiento se cristaliza en dogma o fanatismo.
La duda, cuando no se transforma en inhibición, puede funcionar como soporte del deseo, una vía de acceso, un espacio de vacilación que permite salir del automatismo.
Simone Weil, una filósofa y activista social francesa, entendía que prestar atención a algo o a alguien es suspender el propio saber para dar lugar a lo que el otro tiene para decir. No imponer rápidamente una interpretación implica dejarse afectar por los demás. En ese sentido, dudar es un acto ético. Es dejar de lado por un rato el control, darle lugar al otro, jugar y resistir la violencia del sentido unívoco.
Hannah Arendt, filósofa y teórica política alemana, alerta contra el pensamiento que no se detiene, que no duda, que no se interroga. Analiza cómo alguien puede cometer crímenes atroces simplemente por no poder dudar.
En un mundo saturado de información, ideologías rígidas, certezas inmediatas, algoritmos que predicen lo que queremos antes de que lo deseemos, dudar es un acto radical, es recuperar el tiempo de la pregunta.
No dudar de nada es un refugio peligroso. Cuando no se duda se deja de pensar, se deja de desear, se actúa por repetición, no por decisión, se reemplaza el conflicto por el dogma, se reduce al otro a una categoría. La persona que no puede dudar queda sometida a la certeza, presenta dificultades para cambiar de rumbo, para salir del piloto automático, para cambiar la disposición respecto a sus vínculos.
Cuando alguien puede detenerse, angustiarse, dudar, cuestionar, puede crear un espacio donde pueda aparecer algo verdaderamente novedoso.
En una época en la que se exige la opinión rápida, el juicio inmediato, un posicionamiento radical, un afirmarse sin demora, quizás el gesto más subversivo y humano sea autorizarnos a decir: no sé.
Rodrigo Álvarez